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    sábado, 29 de octubre de 2011

    "Tantos sueños heredados..."







    Estoy sentado aquí,
    recostado en el árbol donde inscribí tú nombre.
    Con una rosa azul en mis manos,
    con cálidos pétalos y fresco y juvenil aroma.


    Mi espalda siente fuerte
    su corteza fría pero, a la vez, cálida.
    La emoción me embarga
    y un nudo se me atraviesa en la garganta;
    tantos sueños forjamos allí mismo los dos...


    Me hieren al humedecer las mejillas...
    las lágrimas,
    las palabras de mi padre resuenan en mi cabeza
    “los hombres no lloran"
    No, padre...
    Los hombres no lloran ¡se desangran!


    Alcé los ojos y admiré una vez más,
    el hermoso paisaje florido,
    con sus inmensas ramas y hojas.
    Qué verdes y hermosas me parecieron entonces...
    y ahora...
    Las veo tan secas, mustias y amarillas... casi sin vida.


    Recorro una a una las líneas escritas en su tronco,
    Hasta encontrar las mías...
    con un tosco corazón en medio.


    Las Leo una vez más;
    «En medio de la soledad hay una nada,
     un remanso donde,
    al encontrarse el amor y el alba,
    se enamoran y aman.

    Yo te encontré a ti alma de mi alma...
    la mujer bella y feliz,
    que, al darme su corazón...
    ¡se crearon nuestras dos almas!
    ¡Te amo, mi dulce Belinda,
    la más linda de las hadas!».


    Cómo te reías mientras lo escribía,
    me decías,
    con tu risa fresca y cristalina;
    «Amor, pobre árbol, le dañas su piel,
    solo para decirme lo que ya se...
    Deja al menos sitio para otros enamorados».
    Y volvías a reír...
    Mientras te abrazabas a mi espalda...


    Las lágrimas empiezan a caer
    sin muro que las contenga,
    Y caen sobre la hojarasca seca...
    No hago nada para evitar que resbalen,
    ni siquiera las contengo.

    ¿Ves cómo me "desangro “ padre ?


    Ni un murmullo me distrae,
    miro a unos metros de allí...
    ella me espera...
    ¡Tan bella, tan risueña y feliz...!

    La miro de nuevo... “se la veía tan feliz”.
    Deposito suavemente
    la rosa azul a su lado...
    Sobre la lapida fría... de blanco mármol.

    «Buenos días, mi amor...

    ya he llegado».