Imagen obtenida de Internet
Penetré hondamente, cual suspiro,
en la inmensa oquedad hueca de una roca.
Caminé sin ninguna dirección o guía,
torpes mis pasos y con la mente en blanco,
negándose a ver la verdad.
Llegado al final de la gruta, oscura y silenciosa,
como el
rumiar de un roedor.
Tan solo el corazón me hablaba,
y lo hacía de una manera
absurda, muy agitado y loco.
Entonces fue que sentí la boca seca
y cómo en mis hombros,
una
pesada losa comenzaba a pesar
y sentía que me quebraba las vértebras.
Doblé entonces mis rodillas y caí de bruces
al húmedo suelo, (y no, no fue para rezar),
fue el haz de luz proyectada por la mortífera
mano de la Señora Muerte.
No me fue posible esquivarla y, de lleno,
me alcanzó en el
pecho,
provocándome un ardiente,
hondo y profundo suspiro, a la vez que,
las arcadas, el dolor y el miedo, me hacían vomitar.
Noté en mis labios el salobre sabor de la sangre,
y cómo el
corazón, tras un espasmo, dejaba de latir.
Entonces fue que mi mente se abrió, (comenzó a pensar)
y mi
boca expresó sus últimas palabras.
"Hoy por fin, mi alma, quedará en
libertad".