Imagen obtenida de Internet
No hay día en que no piense en escribir poesía.
Aunque,
tristemente, no haya en mí ninguna alegría.
Si la escribiera haría palidecer a cualquiera
de tanta
tristeza y melancolía que pondría.
No, ya no me queda tiempo y paciencia no
tengo.
Tampoco dispongo de arte o sabiduría,
aunque todavía me sienta capaz de derramar la sabia vieja
de
este cochambroso cuerpo sobre hoja blanca o grisácea.
La dueña temblorosa y temerosa de mi puño
y de cuantos versos
escribí a solas,
desparramado sobre el sofá mi masculinidad
y fingiendo alegría
o que vivía,
cuando lo que padecía era el engendro inmundo
y depresor que
me mordía las entrañas
y hería de muerte el corazón.