Imagen obtenida de Internet
Me refugié en la ensoñación de los sentidos
y acabé mis días
reviviendo cuantas realidades
dejé atrás olvidadas en la siniestra buhardilla
de mis más odiadas pesadillas.
Por eso la dejé ir, libre y orgullosa.
Sus pasos fueron como
el silencioso aleteo de una mariposa.
No se despidió ni yo me volví al dejar de
sentir su aliento.
Mi corazón bajó su ritmo y mí pulso se estabilizó,
Pareció
intuir que ella, nunca volvería.
Como así fue, ella, la esperanza,
jamás volvió
a pretenderme ni volvió a acordarse de mí.
Y perdí el sueño… éste voló tras la estela del insomnio
y
olvidó para siempre que mí cuerpo fui su hogar
durante cincuenta y seis años.
Hasta
que me di cuenta que subsistir
fue por mí convertido en todo un arte.
Sobre
todo cuando supe que vivir
era todo un ejercicio de raciocinio.
Por esa misma razón vivimos hoy cargando
sobre los hombros los
errores que no supimos esquivar
y nos morimos cuando, pese a intentar evitarlo
ni una sola vez logramos saber acertar.
Aun así que no nos pueda la rabia.
Tampoco dejemos lo haga la
desilusión.
Somos paisajes que el tiempo desdibuja
y la tormenta arrastra hasta
aparecer
diluidos en la orilla de la desolación.
Porque no existe peor batalla
que la que te haces a ti mismo, ni existe nada más triste
que perder una guerra
que jamás llegaste a comenzar.
No obstante, nunca olvides que la vida es más divertida
si al
viajar llevas al amor como único pasajero de compañero.
Ni dejes de recordar
que, el arte es la ciencia de aquel
que sabe expresarse con el alma y sabe amar
con la fuerza del corazón.
Así y todo me empeñé y quise recorrer tan rápido
el universo
de los sentidos que,
superada la velocidad de la luz: me lo pasé de largo.
Esa es la razón principal que tengo a la hora
de pensar tanto
en la proximidad de la muerte,
porque, en definitiva,
es como negarse uno a sí
mismo el derecho
a disfrutar de lo que nos queda de vida.
Qué inútil me parece todo cuando siento que la razón
no es
suficiente para atrapar a la felicidad entre los dedos. Mea culpa.
Quise aproximarme tanto al precipicio
que cuando quise darme
cuenta; formaba ya parte de su paisaje.
Así fue que me dejé mecer arropado por su cuerpo
y, atrapado
entre sus brazos, su boca jugosa se adueñó de mis sentidos
y sentí como su
lengua arrancaba las ansias de mis labios hambrientos,
en forma y fondo, de hondos
y placenteros gemidos.
Era experta, toda una profesional del amor.
Sabía cómo hacerme
gozar, mi piel ardía como una llama furiosa
y se dejaba poseer con mucha
pasión.
Y así fue que de tanto sentirla pegada a mí piel y a mi cuerpo,
Sentí que la vida volvía de nuevo a mí ser.