La pedí que se quedara, brillando mis ojos de deseo,
era nuestra primera vez, ella no lo dudó siquiera.
La desnudé pieza a pieza, acariciando su madura piel,
sin que sus manos se movieran.
Saltaron chispas de nuestros cuerpos,
sus labios temblorosos, enrojecidos de excitación,
no paraban de gritarme
¡hazme tuya ya por lo que más quieras!
No la hice esperar más,
suavemente introduje la esencia de mí ser
en lo más íntimo de sus ansias de mujer.
Dulcemente ahondé y penetré sus entrañas,
inundando de savia su pantano, antes carente
de humedad, cerrado, seco, casi dormido…
Zozobró impulsiva la aureola de su seno
cómo cimbrea la lengua llameante de una vela
ante el soplo agitado de un aliento enamorado,
y dejé que un incendió de sensaciones
nos quemara insaciable cada milímetro de nuestra piel.