Imagen obtenida de Internet
Al albor de la noche, tengo mis ojos cerrados
y, a ella, la
percibo silenciosa y oscura,
y a mi cuerpo afiebrado lo siento arder
y gemir pegado a su hermosura.
Creo que la miro y dejo que mi mente
vuele libre en pos de su
fantasía.
Mis manos dejo que arruguen sus sábanas
para así lograr que se deslicen
suavemente por debajo de su
cintura…
Sus senos se mueven tenues
y compasados al ritmo suave de su
respiración.
Alzo la vista, y el ver sus ojos cerrados
me provocan una
dulce y tierna emoción…
Sus labios permanecen entreabiertos
y dos finas líneas, apenas
desdibujadas,
hacen que se flagele mi mente y explote
mi cuerpo en ardorosa quemazón.
Mi mano izquierda baja ya por la curva de su ombligo
hasta hollar,
quemado de pasión,
el cofre que guarda su preciado tesoro.
Una vez hallado, mi boca se apodera golosa de la fruta
que
nace de su nacimiento
y que da el dulce néctar de la que beberé
hasta que ella sacie
su sed de amor
y yo logre calmar mis ansias de ti.
Me noto y te siento, exultante,
estamos los dos eufóricos y
nuestros cuerpos arden
y se agitan ya sin control.
Estoy al límite, entre el velo silencioso
y taciturno de mi deseo… y tú.
Abro al fin los ojos, aún me siento agitado,
te busco y te encuentro entre mis muslos,
en tu boca, mi sexo,
mustio y descansado…