Imagen obtenida de Internet
No tengo corazón para mi desconsuelo,
y la gallardía
prometida, desapareció como por ensalmo,
tirando al garete y de un puntapié a
mi alegría.
¿Desesperación de un solo día?
No me justifico ante nadie ni ante mí mismo,
soy culpable, y
lo sé,
acaso de ser solo una endeble y débil rama,
agrietada y rota por sus
extremos,
además de vieja, seca y vacía.
El orgullo me procuró el hostigamiento necesario
para ser, por
un tiempo,
el eje disuasorio de una muerte cierta, casi prometida.
Aquella que, sin ser la novia de nadie,
fue una rosa con espinas,
malviviendo por la calle
de la
desesperación muriendo en agonía.
Me embalsamé en vida y me procuré amor propio,
dando a mi
cuerpo goces efímeros, pasiones vacías,
sin caricias, solo movimientos
repetidos,
rápidos para alcanzar el clímax.
Lugares fríos e inhóspitos que reclamé,
me abarcaron
fuertemente y alteraron mí razón,
justificando con mentiras, el miedo, la
desidia o el desamor,
todo lo que me causaba dolor.
Amarguras, desencantos, dolor y calenturas.
Fueron, no lo
niego, mis compañeras, sumisas de piel,
pero, ardientes y con llamas
flamígeras,
campeando como dueñas furiosas,
golpeándome el alma, hasta dejarme
seco, sin vida y sin fe.