Imagen obtenida de Internet
Me aproximé a su cuerpo, hasta casi rozarlo,
nuestra piel se hizo gemido, se aderezó como un rico manjar
esperando
a ser saboreado y deglutido...
Nuestros sentidos se alteraron, dando suspiros,
pidiendo más aproximación y roces.
Al fin, nuestros cuerpos, dando brincos sin sentido,
se abrazaron y
enlazaron revueltos como niños.
Incrusté mi carne entre sus pliegues sonrosados,
sin esperar a que sus ganas me lo exigieran...
logrando arrancarle gritos de la raíz a las sienes.
Me convertí entonces en la lava ardiente
que navegaba ardiente y agitada por sus entrañas,
viscosa y abrasiva, quemaba buscando una salida.
Ella, al fin y al cabo, era mí tierra, siempre fértil,
siempre
caprichosa, pidiéndome guerra.