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    lunes, 14 de julio de 2014

    Arderás en el infierno humano


    Imagen obtenida de Internet


    En un alarde de injusta aseveración,
    comencé mi andadura por el dolor.
    Me así a su deforme y enorme figura y me até
    su inmensa tripa abultada e hinchada de putrefacción.

    Desgarrado fue mi lento peregrinar, atado y maniatado a mi destino. 
    Era obvio que no lo había elegido yo, 
    tan obvio como el doloroso final que me esperaba.

    Le increpé muchas veces, intentando en vano convencerlo 
    a desasirme de sus garras,
    le grité e insulté, muchas veces.
    Esfuerzo vano y miserable, él era sordo
    he inexpresivo a mis súplicas.

    El tiempo fue castigándome, execrable, 
    como una condena nunca firmada ni escrita.
    Instigando en mí el abandono, al olvido y a mis desdichas...

    “Arderás en el infierno humano, allá en la costa terrenal 
    donde naciste, solo y sin nadie”.
    Fueran sus palabras, brutales e imperturbable, 
    como lo era él en su deformidad, odiosa y miserable.

    Mis parpados comenzaron a cerrarse,
    empujados por lágrimas doloridas y terrenales. 
    Me sentía un muñeco hinchable,
    una marioneta a la que “alguien”,
    puso una vez, pedales.