Imagen obtenida de Internet
Pasan suavemente las horas sobre mí,
se recrean en cada molécula de mi ser,
en cada gemido de desazón o dolor,
haciéndolo a modo de requiebro o saludo.
Se olvidan que una vez fueron mías y
que las manejé o usé a
mi antojo,
como se usan, una sola vez, las hojas del té.
Ya no se me acercan para estimular
mis idas y venidas. Frenéticas desbandadas,
sobre las espaldas anchas de cada minuto,
suspiros para algunos, para otros, años enteros.
Pasan sin mirar, no me tocan, ni se paran a rozarme,
tampoco
se detienen ni un segundo a sentir mi suspiro.
Aunque no es extraño, tampoco yo
lo necesito o quiero.
Corrí delante de ellas sin agotarme,
hasta que caí en la cuenta que no había más recorrido,
que ya
había llegado al abismo.
A ese abismo donde van las horas,
esas horas innombrables, pasajes
muertos del ayer,
historias que se viven o se cuentan,
por desgracia, una sola vez.