Imagen obtenida de Internet
La acaricié con premura mientras deslizaba mis dedos por su
piel y disfrutaba de su tacto cálido, turbado y juvenil.
No podía evitarlo, me tenía enloquecido y enamorado,
prendido a su cuerpo y maniatado a su delirio y a su deseo.
Me deslicé por sus pechos y dejé a mis dedos quemarse
en esa
embriagante y peligrosa aventura,
sacrificando el ardor de mi bajo vientre por
darle a ella su justa y placentera dulzura.
Mis dedos danzaron al ritmo de la melodía del amor,
hablando
en un idioma que no todos conocen,
el del sexo con amor y no desde
el siempre despreciable de una simple aventura.
La amé y la hice gozar hasta que, al grito de ¡basta!
Dejé a
mi bastión hablar y compartí de su hallazgo, su goce
y me desembaracé por fin, del vestido de la abstinencia.