Imagen obtenida de Internet
Abre, amor, tu corazón y déjale que vuele,
que estire sin miedo sus alas alargadas y poderosas,
que se deje mecer, abrazar y acariciar por el viento
y me devuelvan, si acaso, tu aroma alguna vez.
Bajaré entonces tenaz y veloz de mi sueño alado.
Abriré de nuevo y extenderé mis alas doradas al sol
y asistirás al renacer del ave fénix abrazada a mi piel.
Vuela y no me esperes ni vengas a buscarme,
yo te encontraré, aunque sea ya de cuerpo presente
o en una mortaja, bajo seis metros de tierra.
Porque esté donde esté tu alma, allí la encontraré.
Una vez encontrada y sostenida, luego de abrazarse
y
contraerse juntas, nuestras dos almas se elevarán de nuevo
buscando un nuevo
mundo donde comenzar,
y es allí donde forjarán, a base de memoria,
una nueva
historia que recordar.