Imagen obtenida en Internet
Me desperté temblando, sudoroso,
llorando y dolorido.
Mi
primer pensamiento fue de desconcierto,
¿dónde estaba, con quién, y en qué
brazos había amanecido?
Te miré, y no pude por menos que enrojecer de ternura.
Tanta
dulzura había en tu rostro plácidamente dormido,
que no sentí otro deseo que no
fuese el de besarte
y dejar con gran placer en tu boca la miel de mis labios.
Recorrí con gran placer cada delicado poro de tu tez,
cerciorándome
que tu aroma estuviera unido a ti
en cada molécula o partícula de tu piel, para poder robártela después,
incrustando ese
aroma a fuego en las puntas de mis dedos.
Luego quise salir huyendo y no pude, despertaste,
te abrazaste
a mi cuerpo y fuimos los dos una hoguera,
que se quemó y consumió en unas horas...
a la misma vez que se agotaron nuestras ansias.