Imagen obtenida de Internet
A solas, tomando a sorbos un cargado café,
miro desde mi ventana las hojas de los árboles caer. Ecos de silencios que me gritan escudándose tras un grueso
cristal,
son lo único que me devuelve mi imagen deformada, gris y
triste.
Se me pasaron las ganas de amar, sentir o soñar. De pasear despacio por amplios espacios otoñales o de crecer como ser humano, con cada sonrisa,
con cada simpático y sincero saludo vecinal.
Estoy encerrado tras cuatros paredes por inercia, más
nunca seré prisionero, solo que, dedico mis horas a observar la vida a través del cristal de mi ventana.
Aquellos árboles que me ofrecen su belleza
y que una vez con tanto cariño, cuidé y mimé.
También escucho emocionado los cánticos de los pájaros a los que tantas veces di de comer. ¿Se puede pedir más?
o ¿se puede ser más feliz? entonces... ¿Para qué necesito
más? Si, al fin y al cabo,
del barro un día nacimos, y en barro, un día, nos
convertiremos al morir.