La
vida tiene mucho más caminos que la muerte
Celeste caminaba despacio, no
parecía tener un destino previo conocido pero, no era verdad.
Parecía que caminaba a ciegas,
pero no, ella andaba muy segura. Llevaba los ojos húmedos y quien se fijara en
sus pupilas vería que tenían un brillo gris, deslucido y triste. No parpadeaba
y su mirada era inquieta, parecía tener
los ánimos desbordados.
sus hombros permanecían hundidos,
como humillados, parecía llevar sobre ellos una pesada carga que, tal vez, la
alejaba o no le permitía ver su
verdadera realidad. Pensaba en Jorge y le pesaba la responsabilidad. ¿Lo supo
amar de verdad? Se sintió inútil, desasosegada y vacía. También se sentía muy culpable pensando que no
lo había amado como él se merecía.
No estaba en ese momento para detenerse
a pensar «que la vida nos da muchas opciones para caminar
y que él también las tuvo para
decidir con quien quería estar».
Los llorosos ojos de Celeste
contemplaron aquel altísimo puente donde se encontraba, justo en el medio,
apoyaba sin fuerzas su cuerpo al mural de hormigón de metro veinte de altura y
miraba, sin ver, hacia abajo. Eran ahora las 11:53 pm y apenas veía un fondo
oscuro donde se intuía su final.
Allí mismo se habían conocido. Ese
día había tormenta, y la lluvia caía sin parar, aunque a ella no le importaba,
en realidad le daba todo igual. Ese día, para ella, iba a ser el último.
Celeste levantó su pierna derecha
apoyándola en la base del muro y se izó ejerciendo una fuerte presión sobre sus
dos suaves manos, brazos y hombros, subiendo con dificultad a lo alto y
poniéndose rápidamente de pie. Respiraba agitada y nerviosa.
Esta vez nadie lo evitaría,
estaba sola, nadie la veía. El puente estaba pobremente iluminado, con apenas
dos o tres farolas de baja intensidad por cada cinco o seis metros, algunas incluso
estaban rotas con sus bombillas destrozadas.
Esa noche no llovía.
Celeste miró su reloj en la mano
izquierda; las 11:57 pm. “estaba a solo tres minutos de la vida o la muerte” ―pensaba en esos instantes.
Miró hacia abajo, el fondo permanecía
oscuro e inalterable. En ese instante sintió un frío glacial ¿y si no ocurría? ¿Y si no lo lograba? ¿Pasaría
“al otro lado”? Mejor dicho... ¿la dejarían pasar?». Las preguntas que se hacía
eran del todo inútil, allí no había nadie que se las pudiera contestar. Su
celular comenzó a sonar pero, Celeste no hizo caso. Su reloj marcaba ya las
11:59 pm, a apenas unos segundos para las cero horas de la madrugada, no podía fallar. Justo a esa hora lo conoció a
él. Él fue quien le salvó vida la primera vez. Surgió de la nada, así de
repente, y se hizo con ella una milésima
de segundo antes de saltar al vacío.
Se llamaba Jorge... y nunca olvidaría
el modo en como la miró con sus ojos verdes, entre asustados a la vez que enfadados. Recordó sus palabras;
«Nadie merece que le pagues con tu muerte, por mucho mal que te hiciera. Créeme,
nadie se lo merece. Suicidarte por venganza es odio y egoísmo».
Por esa razón ella se enamoró, de
su bondad, de sus ojos, de sus labios, de su voz. Y lo amó desde entonces con
toda el alma...
Fueron cinco años, cinco hermosos
años de felicidad. Cinco años...
Después, desapareció… se esfumó
tal como había aparecido, de la nada...
El celular seguía sonando cuando
Celeste saltó al vació. ¿Quién la llamaba? Nunca lo sabremos, ella jamás
contestó a la llamada.