Imagen obtenida de Internet
Contra una rama en forma de espada,
apoyé con fuerza la espalda esperando a que ésta se me hundiera hasta el fondo en mis entrañas. No ocurrió nada...
Como masa gaseosa e indiferente,
traspasó mi carne sin hacerme
nada.
Pasé entonces una cuerda por encima de la más alta y gruesa rama
y ésta
se rompió bajo mi peso,
cayendo al vacío sobre mis piernas blandas...
Sin hacerme una sola llaga.
Corrí cuanto podían mis piernas me lancé al abismo y...
¡me
nacieron alas! Bebí entonces de los labios de la muerte
hasta saciarme, esperando a que su aliento fétido
o su abrazo mortal me asfixiara hasta ahogarme.
Tan solo pudo provocarme un dulce sopor
que arreglé echándome
en mi cama
y durmiendo hasta hartarme.
Me ahogué en las crueles aguas del infortunio,
Reviviendo una y otra vez, sin darme nunca el descanso eterno. Y llegué hasta aquí buscando la misma rama...
Esa rama en forma de espada
que pese a que tiene filo y es de acero,
contra mi pecho la aprieto y clavo inútilmente
y ni herida
tengo ni me provoca dolor
ni sale sangre ni nada.
¿Será quizás que las heridas del alma
no sangran ni matan? pero ¿por qué entonces
el dolor de mis
entrañas es tan inmenso y eterno?