Imagen obtenida de Internet
La
miro reflejada en el espejo,
se
la ve tan bella.
Su
piel mojada,
me
estremece de deseo.
Miro sus senos de contornos perfectos,
donde nacen
unas juguetonas fresas
que me hacen humedecer los labios
de
excitación y calentura.
No
puedo separar mis ojos de ella,
tampoco de
sus piernas, de líneas suaves,
acabadas
en unas redondas caderas
y
en unas delicadas curvas que ¡marean!
Me
caliento y excito mientras mi mirada
se desliza por su cuerpo.
Mis manos se mueren ya por acariciarla.
Ella me
sonríe a través del espejo.
Me
hace señas, sensual y bella,
y yo voy sin dudar.
Se
me abraza fuertemente
y su cuerpo, desnudo, me hace sudar.
Se
me enlaza al cuello y me ofrece sus labios
¡mi
boca se apodera de su boca
y muerde sus labios avariciosos!
Mis
manos tiran de sus caderas
y
la aprietan hasta sentir su húmedo sexo
en mi miembro ya
desde una eternidad erecto.
La abrazo y levanto y ella cierra sus piernas
apresando mis caderas.
Su
boca de dientes blancos y perfectos,
me muerden y
su lengua entra profunda
y se enrosca en la mía sedienta.
Aparté
unos segundos mi boca
para degustar esas fresas
que
nacen de sus pechos
en forma de botones de carne rosada.
Mi
lengua y mis dientes juguetean en ellos.
Sus
muslos se abren y cierran sobre mi sexo,
jugando
a seducirme ¡a excitarme aún más!
No
la dejo proseguir,
mis manos la sujetan y aplacan sus formas
y yo hundo con ansia mi carne en sus entrañas.
Mientras
mis manos en sus glúteos
juegan
a ir y a venir,
rompiendo
el silencio con gemidos
de bocas con gritos enloquecidos
que se rompen buscándose el placer.
ahora sí, nada
existe ya a nuestro alrededor,
salvo
nosotros dos, la pasión
¡y
nuestro propio volcán de orgasmos y dolor!