Regresaré de las brasas del olvido
dividiendo y venciendo
la coraza invisible,
de tu cariño...
y seré al fin dueño y
señor ¡de tu castillo!
Errante y torpes
serán mis pasos,
aunque el latir de mi
corazón cansado
serán la duda
razonable
de la desazón de un
corazón desencantado.
Más me tocará de
nuevo esperar
y no batirme
tempranamente en retirada.
Seré fiel a mi signo,
inquieto, pausado, obcecado,
incluso...
¡temerario! y a deshoras... ¡un enamorado!
Caeré pues en las
fauces del amor o del olvido,
y viviré,
resistiendo, en sus falsos dominios,
peleando lo que tanto
mi corazón... ha implorado.
Seré un pedazo de
cielo deshilachado...
justicia y
misericordia, o tal vez solo,
¡Cieno y barro
pudriéndose en un charco...!
Más no me ha de
importar, si al final...
Tú, estarás cobijando
en tu pecho lo único de mí
que quedaba libre y sin
domesticar...
¡Mi absurda
irrealidad y desencanto!