No dejes
que me pierda,
en el
silencio del olvido,
acurrúcame...
¿quieres?
Estaré en
el jardín de los vencidos,
allá iré
a olisquear
el aroma
corrupto, de los muertos,
y luego vendré
y lloraré contigo.
Entre
tinieblas y el llanto,
me abrazaré
a ese cruel designio.
Sin
rebelarme, sin ofenderte ni ofenderme...
me iré a
encontrar con mi destino...
Disfrazaré mis lágrimas de una falsa alegría,
hundiéndome
en ese abismo,
foso
inmundo, de los impuros.
Rechazando
las manos que se me tienden,
los
abrazos, ¡las caricias!
y hasta de
los besos dados con lujuria
a mí
paso... ¡los rehuiría!
Lloraría
pero, no de amor,
sino de
rabia...
de tanto
como te extrañaría
en mi
vida.
Lágrimas…
escondidas tras una falsa sonrisa,
para
odiarme después, de hacerlas fingidas.
Terrible la oquedad, de esta roca dura
sombría,
latente, fría y esquiva,
sobre
este pecho hueco, quebrado y sin vida.
¡Ven a
buscarme, y abrázame...!
¡dame tu
boca fresca y tu sonrisa!
será
para mi sed,
el agua
de un manantial sagrado
y para
mis pulmones,
el
aliento inmortal de la vida.
Y para
mis ojos...
¿Qué
será para mis ojos?
será una
dulce y callada poesía...
¡o el
cielo, la Tierra y tu alegría!
Te amé y
creía que me huías...
cuando
la realidad era otra...
tan solo
me observabas;
te
inclinabas sobre mi pecho,
y sobre
él, ¡te dormías...!