Negándome
a llorar,
rompiendo
la idea frágil,
esa
insignificante idea de que
los
hombres no deben llorar.
Desear abalanzarme
sobre las cadenas
y
deshacer, a base de golpes,
el
estúpido absurdo,
dónde
escondo esta tristeza...
Abrir mi
alma...
extender
sus alas;
y
dejarla volar,
hasta
perderme en el azul
del cielo...
sin
mirar ni una sola vez atrás.
Quebrarme
en su recuerdo,
Y dejar
sueltas y libres,
estas
sinceras lágrimas que
brotan
de mis ojos, sin parar.
Llorar...
y
guardar cada lágrima
para una
vez ante ti,
y sin
demora;
¡Regalártelas!