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    jueves, 29 de mayo de 2014

    Pequeños poemas 2






    XVII

    Con tristeza y compungida, la bella,
    observó a su estrella,
    ésta estaba en tierra,
    vieja, raída y sin brillo,
    no volvería a ser jamás de nuevo,

    la preferida del universo.






    XVIII


    Triste y sola en la ventana,
    contemplando melancólica las estrellas,
    se figura ser hermana
    y brillar con la misma intensidad que ellas.

    Transpira, alienta y bebe de su luz
    se alimenta con pasión de su belleza,
    se acaricia con ternura a su trasluz
    y no deja de tener miedo a su grandeza.




    XVIIII


    No hay esperanzas... mi barco ya se fue


    Tengo raíces en los pies
    de estar tanto tiempo varado
    en esta orilla del río,
    no sé cuándo mi barco partió,
    solo sé que me quedé solo
    y perdido.

    Maldita mis ansias de fe,
    aquellas que me llevé conmigo,
    tristemente olvidé,
    que no flotaban...
    y en el agua se han hundido.


    Vivo angustiado mirando el horizonte,
    apenas sin tener ningún sentido,
    pues no soy de atender a razones
    y estoy siempre roncando y dormido.


    Sé que me aqueja el mismo mal de la abeja,
    recojo mi miel y la guardo...
    queriendo tener contenta
    a esa que todos dicen ser la abeja reína.




    XX

    No pinchan las rosas ni hieren,
    por estar cubiertas de espinas,
    pinchan y hieren por su belleza,
    cuando al acercarnos a contemplarlas,
    inhalar su aroma y querer tallarlas,
    quedamos prendados, nos fascinan y embelesan
    y pasamos de ser mortales,
    a ser simples muñecos o marionetas.




    XXI


    Clávame en tu cuerpo,
    como se clava la pasión al deseo.
    Quiero estar en tu cuerpo
    y gozarte muy adentro.

    Fundirme con tu caudal de espuma
    entre venas, vísceras y sonetos.
    Quiero morir de amor en tu sangre
    y renacer después de un suspiro...
    en tu aliento.





    XXII

    Me dejé arrebatar la esperanza,
    perdí la fe y la ilusión,
    pero algo me grita en lontananza,
    que aún me queda el corazón.





    XXIII

    Embelesa la contemplación de la luna,
    su brillo, nos encandila, emociona,
    nos convierte en poetas y más humanos;
    mientras a la tierra estremece y hace rugir llorando.





    XXIIII

    Bella, hermosa, dulce y tierna,
    un hada azul entre un millón de estrellas,
    con sonrisa de algodón y caricias de seda.
    Vive en alud de multitudes,
    en su reinado de sueños y quimeras,
    donde el más osado querría besar sus labios
    y el soñador... solo sentir su aliento perfumado.




    XXV

    Devuélvele la caricia al tiempo,
    el beso al aire y la vida a quien te la dio.
    Dale el arrullo al silencio,
    o despierta al sueño
    y dale un abrazo a su corazón.

    ¿Qué quién soy?
    Soy la vertebra de un átomo,
    el ulular de un latido cansado o,
    el roce de un suspiro en el labio del amor.




    XXVI

    Arderé en llamas,
    me convertiré en cenizas,
    pero nunca rechazaré
    un abrazo ni una sonrisa.
    En cambio no esperes de mi
    que te salve de tu infierno,
    porque el mío
    es aún más temible, doloroso
    y mucho más duradero.




    XXVII


    La oscura senda se desdibuja bajo mis pies
    provocando ecos que chocan contra las oquedades de mi alma.
    Los silencios me conmueven, me acreditan como dueño,
    como el legítimo heredero de mis sueños...

    ¿Quién me hará entonces sonreír y pensar en la primavera
    cuando ya he traspasado la puerta ocre y deslucida del otoño?




    XXVIII


    Se ilumina el gran ojo de la creación
    cuando ve como tu terso rostro se sonroja,
    tropiezan con gracia tus pequeños pies
    se te avivan las ilusiones,
    y se te agrandan las esperanzas,
    entonces y solo entonces
    él te gritará desde el umbral del infinito
    ¡ya estás preparada, ven!