Imagen obtenida de Internet
Me robaste los sueños,
destrozaste mis ilusiones,
quebraste mi entereza
y rompiste, sin emociones,
cuanto de felicidad había en mí.
No pronunciaré nunca más tu nombre,
no merece la pena recordarte ni que me hiera más,
aunque sé
que a escondidas, sigues ahí,
incrustada a fuego en mi piel y este corazón
adolorido e infeliz.
Algunos pueden pensar que eres mujer,
cuando no llegas ni a ser humano,
a objeto, cosa o latidos errados o no.
Pura emoción moribunda de lo que
un día llegué a ser para ti o nunca fui.
Una emoción marcadamente cruel,
bombeando en mis vísceras carne muerta,
o, tal vez (solo tal vez),
cenizas de un pasado que jamás debí padecer.