Imagen obtenida de Internet
Ella vive en su sueño, me inhala, me mima,
me satisface con sus besos.
Ella, me ama, me subleva,
me
tienta, ella, ¡me vive! Ahora viene por mí
y se funde a mi cintura.
Agitado, la recibo, la abrazo
y le ofrezco mis golosos labios,
mi lengua caliente la penetra
y se mezcla y enlaza a sus jugos.
Ella se me ofrece, se abre y se vuelca en mi beso,
compartiendo
mis ganas,
mis deseos más lujuriosos y enfermos,
dejándome entrar en su boca sin
esfuerzo,
como cuando se unta el pan con mantequilla
y dichosa de estar recibiéndome,
gozándome al mismo tiempo.
Que goces más exquisitos
se vierten en nuestros cuerpos y
ella,
como manjar dulzón,
abre su boca y me recibe en su aliento.
Nuestros cuerpos se frotan,
ruedan sobre sí, se pegan, se
empujan, aprietan con rabia,
hasta hacerse daño, aunque nada nos importa,
el placer es tan intenso que ni lo apercibimos,
amándonos sin
descanso y desenfreno.
Ahora me cabalga, luego soy yo
quien la monta sin bajar,
rodamos
rabiosos fuera del lecho,
caemos a tierra, la muerdo, me araña...
Me grita, la enrabio,
le doy la vuelta mostrando su grupa
y
penetro su profundidad.
Llora, gime, se retuerce...
chilla, sin dejarse de agitar.
Loco
de placer me descoloco,
empujo, arraso, la muerdo,
la aprieto y lastimo
sintiendo
agitada su respiración.
Ninguno quiere medir las distancias
y caemos ambos dos en el infinito…
en el bendito éxtasis del goce final.