Imagen obtenida de Internet
No hay razones suficientes que me puedan incitar
a querer saber lo que me pueda deparar el destino.
Porque ya lo sé y ni quiero ni lo puedo cambiar.
Lo supe la noche en que te conocí,
aunque evitaste decir palabra,
te negaste a mirar mis ojos,
quisiste evitar que te delataran.
Hasta ese día yo mismo me engañaba,
me decía inútilmente ¡tengo que vivir! Sí, fueron tus ojos,
esos
que nunca me supieron mentir.
Vi todo tu miedo y esa incertidumbre y dolor
que ¡me hablaba a mí!
Nunca había sentido en mis carnes
una "punta de flecha" clavada en mi pecho,
"así", tan honda y tan profunda.
Pero, no nos engañemos,
no fue la flecha clavada en mi pecho
lo que me dolió, no.
Lo que realmente acabó con mi vida
fue tu desconfianza, desprecio y desamor...