Imagen obtenida de Internet
Temblando
de orgullo suspirabas,
levantando
la mirada y sin tener que decirme nada.
Tampoco
yo esperé a que abrieras la boca
y
te planté un beso que te dejó desconcertada,
aunque
feliz y también algo asustada.
No
tardaste ni un segundo en abrir tus labios
y
enlazar tu lengua a la mía, que ya te desnudaba hambrienta, mientras nuestros
cuerpos se enlazaban, encontraban y se amaban.
Fuego
y llamas en nuestros cuerpos, ardían y quemaban.
Fundidos
ambos, sofocados de deseo y calentura,
que
nos decían a gritos que era del todo insoportable aquel deseo infernal.
Tu
misma saltaste sobre mí y dejaste que mi miembro,
erguido
y orgulloso, penetrara en aquel maravilloso volcán,
donde
la lava ardiente era tu sangre, y tus entrañas,
la
fuente húmeda y lujuriosa de aquel amado y anhelado manjar.