Escucha,
cielo... ese silencio etéreo
que
se desmaquilla cada amanecer
frente
al espejo, fiel a su sueño.
Vive
con destreza ineludible
y
hasta nos hace creer que soñamos
mientras
nos hacemos el amor.
Hasta
lo asustamos con el ritmo
de
nuestros cuerpos sudorosos,
cuando
danzamos como locos
dejándonos
llevar por nuestras sensaciones,
mientras
giramos y giramos
dando
vueltas y más vueltas,
deleitándonos
con nuestra propia melodía.
Mis
manos permanecen por horas
abrazadas
a tu cintura,
tus
manos sobre mi pecho desnudo,
mientras
dejamos que suene nuestra música
y
ésta nos apriete y estruje el corazón.
Entonces
dejaremos que hablen nuestros sentidos,
mientras
volvemos a danzar y a amarnos con pasión,
sin
pensar en nada, salvo en abrazarnos y acariciarnos
hasta
sentirnos dichosos,
fundidos
el uno en el otro ¡y en un solo corazón!