Imagen obtenida de Internet
Enterré mis puños en la arena,
dejando que hablara la rabia,
y luego de morderme la lengua,
me senté a esperarla.
Aquel bello rincón
de fina y blanca arena.
Olas de húmedas caricias
y un precioso horizonte
que invitaban a amarse.
Fue el maravilloso lugar
donde nos conocimos
y nos amamos los dos.
Allí mismo nos prometimos amor eterno
y juramos nuestro eterno y apasionado amor.
Ahora, mi rabia dejó paso a la tristeza
y el rencor dejó paso al dolor en mi corazón.
Quise entonces abrazarme a mi soledad
como única tabla posible de salvación,
y todo para no volverme loco,
y me así a ella con tanta fuerza,
que por más que vinieron a soltarme,
no hubo forma que yo entendiera.
Me agarré a ella
con más fuerza y aún más desesperación.
Pasaron los años y de hora en hora envejeci.
Mis manos se agrietaron, perdieron ganas y dureza
y fue entonces que te conocí a ti.
Me perdí en tus ojos,
en la dulce ternura que exhalaban
y ese brillo de color café que iluminaba
tu bello y maduro cuerpo de mujer.
Tu sonrisa hizo al fin huir a mi soledad
y entender que, el amor, si se quiere,
¡Nos hace ganar cualquier adversidad
o la propia batalla!