Imagen obtenida de Internet
En esta lucha constante en la que vivo,
sufro pérdida de
estima, me ahuyento o escatimo
cuanto de bien practico, vivo o justifico.
Lóbrega sombra me acompaña cuando la soledad no se me arrima.
La triste esencia se me rompe,
hace hilachos, a trozos, roto o
hecho cisco.
Mis dientes muerden con rabia el labio inferior,
ruge mi voz y
blasfema terrible
con grito desgarrador lo que apena a mi alma.
A ese dolor insoportable, siempre árido,
seco e
injustificable, que me viola el alma.
La agrede una y otra vez hasta dejarla yerta.
Me quiebra la pena, la oquedad que divide
y me pervierte la
carne. Carne salobre,
cargada de hilachos, pelos, pieles secas y muertas,
Frío... mucho frío,
cuando una helada mano me cubrió,
me
embadurnó la herida salobre
con su túnica... ¿túnica?
sí, el manto frío y yermo de las
justas,
con la que me abrazó y rodeó,
conservando su perenne sonrisa
descarnada
y observándome como un hijo de las mil putas.