Cuando
admirarte se convierte,
en todo
un exilio, hacia el universo,
retando
a mi suerte
y luchando
por conseguirte.
Desplazando
a las quimeras
pensando
solamente en gozarte.
Me hundo
entonces bajo la apariencia,
de un
hombre soñador, en pos de un sueño
y me
adentro, sin miedo, en tus profundidades,
esperando
hallar toda esa felicidad,
que ayer
tenía perdidas en un baúl sin dueño.
Ahondé,
sí, en esas entrañas profundas tuyas que,
para el
alma mía, fueron pesadas losas
de besos
entrañables que nunca recibí...
caricias
soñadas que fueron anheladas por mi piel.
Me dejé,
sin vacilar, preñar de nuevas sensaciones,
humedeciendo
cada uno de mis sentidos ,
con el
ansia de tu ser, trepando
por
entre esas vísceras amadas,
que
fueron cómo inmensos océanos de placer.
De todo
lo que logré sentir o percibir,
nació un
pequeño ser que latía a un ritmo loco
y al
que, sin saber definir el porqué,
ni cómo
darle razón o entenderlo... llamé; ¡corazón!