Quise apoderarme, por última vez,
de mis recuerdos, y los aislé en mi mente.
Los abracé, fuertemente como se abraza a un niño…
a un hijo al
que se adora y quiere hasta la muerte.
Luego, los dejé marchar… y volaron sin rumbo y libremente,
persiguiendo a las nubes obtusas de un demente,
que entre las
sombras corría desvelado y sin perderse.
Luego lloré, lloré y grité pegándome golpes en el pecho,
mi
corazón desangrándose por dentro, hasta que se quebró…
como se quiebra un fino cristal cuando le lanzan una piedra…
Se
me rompió el corazón y, una vez abierto…
también de él se me escapó el alma dejándome sin aliento.
Muerto y esperando un rayo de sol que me iluminara
y diera la vida a mi pecho desasosegado y yerto.