No
dejo de pensar
en
lo que dice mi instinto,
y
en esa oscura razón del intelecto
por
querer saberme expresar.
Soy
fuego y a la vez agua
y
no hay fuego que apagar
ni
río en el que aprender a nadar.
Es
mejor quedarme sin lengua,
sin
sangre en las venas
o
sin destino canta mañanas
que
me hiera con su traba-lengua.
Seré
yo ¡siempre justo!
caminando
en pos de la hiedra
o
bajo el puente del acueducto,
intentando
ser Dios creando cátedra.
Y
me miraré al fin en las dudas del “otro”
y
seré el imparcial destino de los justos,
acatando
como mortal el dictamen oscuro,
del
que fuese desde siglos un inmoral picapleitos.