Imagen obtenida de Internet
Me senté a contemplar la tarde,
silencioso, taciturno y ofuscado.
Nada parecía aliviar mi malestar
por los recuerdos del ayer, casi
olvidados.
Bramó mi pecho de dolor
al recordar
cuánto y cómo la había amado.
Era muy tarde,
el sol se había ya ocultado.
Miré al ayer
como se mira a un reflejo
y vi como éste se burlaba
de mi rostro convulso y cansado.
Levanté del asiento
mi cuerpo envejecido y exhausto
y lancé un estertor a modo de
grito,
¡basta ya de recordar lo que
nunca fue escrito!
Calló de pronto mi dolor,
se hizo hueco y dueño mi
instinto,
y volví a disfrutar de la noche,
silencioso, taciturno... y
descansado.