Me
resguardé del destino
para
que no me hiciera daño,
me
escondí
como
hacen solo los cobardes,
huyendo
a trompicones
por
barrancos y cañadas...
torpemente
me
fui alejando hacia la nada.
Cayó
de nuevo el otoño
con
sus hojas amarillas
y
blancas,
y
me convertí
en
el ermitaño
de
sueños incumplidos
y
aromas amargos,
siempre
solo,
entre
las sombras
y
abrazado a su soledad nefasta.
Lloré
y grité...
hasta
quedar afónico,
pidiendo
a gritos la muerte,
nada
conseguí,
estaba
solo
un
grueso y fuerte corazón
seguía
con su sabor amargo
latiendo
en mi.
Destino
cruel fue
el
que sin pensarlo
se
alojó a mi vida
como
se habitúan las sombras
a
vivir fundidas con el alma,
siempre
etérea y en el lodo
del
dolor y el desencanto.
¿Qué
cuál es mi problema?
¿qué
cuál es mi queja o pena?
tal
vez si os lo contara...
ya
no me pertenecería
y
usted sería entonces... su única dueña.