Me fui
de tus manos,
me negué
a ser testigo mudo
de mi
decadencia…
del
inútil declive de mi feroz resistencia
camino
de una vejez que nunca osé pedir.
Me aislé
negándome el verte,
desafiando
a mis sentidos
y
obviando a este loco corazón
que te alejó
de mi solo para castigarme.
Te lloré
tanto... que las lágrimas derramadas
formaron charcos a mis pies,
ahogando
a este enamorado y triste corazón,
Iluso,
esquelético y vencido...
Envolviéndolo,
y atándolo con un lazo,
mientras
arañaba mi última esperanza
y
mi alma entera gritaba
¡soy tuyo,
dame tú lo que es mío!