Me duele
el silencio con el que me miras,
y ese
gesto tuyo de dolor en mi contemplación.
Sé que
me odias.... y por eso me castigas
despreciándome
cuando te pedía perdón.
Mis
suplicas caen sobre barro seco y duro
empañadas
ya esas lagrimas derramadas mías del ayer.
Barro y
cieno cenagoso cubren hoy ese mismo perdón.
Soy
culpable, lo sé, pero de haberte querido
y a la
vez... sentirme tú Dios.
Despedacé
uno a uno, cada suspiro,... cada emoción.
Y aquí
estoy, recostado sobre mi espalda,
solo,
cansado y dolorido, e implorando tu
perdón...
No, es
cierto, no ves ya lágrimas en mis ojos,
como
tampoco yo veo, ni mucho menos ,
amor...
en tu corazón.