Y
dejaste ir al destino de la aurora...
próxima
y lejana a la vez que extraña y misteriosa...
se
zambulló en mi cuerpo,
envenenándome,
sin una sola herida...
ni
siquiera un rasguño me dejó.
Tan
profunda entró que, mis entrañas,
quedaron
vacías y secas... embebidas y secas en su sed.
Otoño de
vanidades en suspiro fatal, sed de invierno,
sobre la
fuente de su primavera,
sedienta
de las gotas del rocío, al amanecer.
Fuiste
tú; flor de mis entrañas... latido joven de mí corazón;
quien en
beso de cálido verano...me distes tus besos y tu miel.
ya se
secó mi arroyo... desértico quedó mi páramo,
hasta
que, solitario y desierto, de piedras se llenó.
Miradas
de besos llameantes, se perdieron...
fruto de
nuestra amada pasión.
Ahora
solo queda el crudo invierno,
y el
cálido retrato de quien me amó.
Ya no me
queda nada... ¡hasta el otoño... murió!