Imagen obtenida de Internet
Lloran mis ojos, lagrimean de placer y sonrojo.
Su aliento quema mi piel y siento arder mi cuerpo
ante tal magnitud de sensaciones, sabores y aromas
al inhalarlo o bebérmelo en cada suspiro suyo
o gota de sudor espesa que resbala de su piel.
Estoy quieto, atado de pies y manos y me dejo hacer.
Ella es la luz que me ilumina y que antecede a la vida de la
muerte. Solo por ella, yo soy capaz de dejarme llevar hasta la cuna invisible de lo no nacido o que nunca estuvo vivo.
En sus brazos largos y amorfos, helados y sombríos,
me dejo amar, dejo que se adhiera, se aquiete en mi sangre,
y se difumine en mis venas, la orgiástica de mi suerte, no es
otra que, ella, la que me da la vida y quiere mi muerte.