Ángela Mira (mi madre)
Me
sonríe y la ternura con que lo hace me deja indefenso,
me conmueve su gesto
risueño y tierno, su cariño.
Sus
caricias, las que siento en el cuerpo y en el alma…
sin rozarme siquiera y que
son de eterna dulzura y suavidad.
Sé
no obstante que no me reconoce,
se fue ligera y sin equipaje, y ni sé si alguna vez,
algún día, sin embargo,
vuelva a recogerlo…
Tampoco
sé si volverá de ese extraño viaje
del que marchó sin avisar o regrese de entre
las sombras
a reconocerme de nuevo o a despertar.
No
sabría explicar por qué o cómo se fue…
solo
intuí que ya no estaba,
que
su mirada era opaca, irreconocible,
pese
a sus hermosos ojos azules.
La
miraba con dolor… la miraba todo el tiempo
y
pese a su sonrisa eterna,
yo
sabía que no era a mí a quien veía…
¿o
sí y no lo supe descifrar?
A
mí me quedaron los pesares,
el remordimiento, esa locura incierta
del
que sabe ciertamente que, si bien no sabía,
no
lo exculpaba de haberlo hecho mal…
Al
menos esa es la pena que yo tengo,
la
humedad sistemática de mis ojos,
esas
lágrimas que se me escapan continuamente
y que me delatan.
Y
este día a día que es mi propio infierno
desde aquel día que la viera, en
silencio, marchar.