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    martes, 25 de noviembre de 2014

    Desde el asedio de mi locura, a ti y para ti, madre mía


    Ángela Mira (mi madre)


    Me sonríe y la ternura con que lo hace me deja indefenso, 
    me conmueve su gesto risueño y tierno, su cariño.
    Sus caricias, las que siento en el cuerpo y en el alma… 
    sin rozarme siquiera y que son de eterna dulzura y suavidad.

    Sé no obstante que no me reconoce, 
    se fue ligera y sin equipaje,  y ni sé si alguna vez, 
    algún día, sin embargo, vuelva a recogerlo…

    Tampoco sé si volverá de ese extraño viaje 
    del que marchó sin avisar o regrese de entre las sombras 
    a reconocerme de nuevo o a despertar.

    No sabría explicar por qué o cómo se fue…
    solo intuí que ya no estaba,
    que su mirada era opaca, irreconocible,
    pese a sus hermosos ojos azules.

    La miraba con dolor… la miraba todo el tiempo
    y pese a su sonrisa eterna,
    yo sabía que no era a mí a quien veía…
    ¿o sí y no lo supe descifrar?

    A mí me quedaron los pesares, 
    el remordimiento, esa locura incierta
    del que sabe ciertamente que, si bien no sabía,
    no lo exculpaba de haberlo hecho mal…
    Al menos esa es la pena que yo tengo,

    la humedad sistemática de mis ojos,
    esas lágrimas que se me escapan continuamente 
    y que me delatan. 
    Y este día a día que es mi propio infierno 
    desde aquel día que la viera, en silencio, marchar.