Imagen obtenida de Internet
Detrás del cristalino azul de sus ojos desvaídos,
se
encuentra la mujer que lo dio todo por sus hijos.
Hoy
vive lejos del tumulto de su gente, alejada y ausente.
Sus
ojos, antaño alegres y serenos
ya
no me siguen al escuchar mis pasos,
tampoco
se detienen en mi boca, en mi sonrisa.
Su
mirada es torva, sin brillo, vacía y triste.
Su
mente vive ahora anclada
en
los mares confusos de su inocencia,
pues
sin ser una virgen ¡ha sido y será, una
santa!
Tristemente
dejó un día de bregar con sus males y dolores,
y
marchó su espíritu, huyendo tal vez
y
buscando mares con más calma.
Mujer
y madre de sonrisa fácil, siempre delicada y amorosa.
Nos
deja a todos sus hijos una herencia inapelable ¡su resistencia!
Pese
a ser molida a palos día tras día, por un mal hombre,
¡jamás
dejó solos a sus hijos y siempre cargó con nosotros a cuestas!
Ya
no volverán a escudriñar tus entrañas…
¡Te
marchaste, madre! No sé si para siempre
o
solo te fuiste buscando sin querer a nuestro padre.
Desde
mi corazón y con tinta en lugar de sangre,
te
digo, mirando al infinito vacío de tus ojos cristalinos…
que
no me siento merecedor de tu cariño.
Aquel
que tú nos dabas sin esfuerzo todas las horas del día,
Tanto
amor insuflaste a nuestra existencia
y
con cuanto mal te lo pagamos… ¡MADRE!
Solo
espero que desde allá en el cielo,
un
día nos puedas a todos perdonarnos.
No,
Madre, no te pido el perdón para mí,
no
fui ni seré nunca merecedor de tu cariño…
¡quizás
tampoco lo fue ni lo será nadie!