Imagen obtenida de Internet
Tras la esquina de ese portal gris, lóbrego y ceniciento,
hay
un corazón infeliz, árido y desierto.
Un ser que fue herido y maltratado por
las lenguas miserables
que fueron cómplices diurnas, trasnochadas
y sedientas
de sangre mucho tiempo.
Oasis de la carne quisieron ser dejándose ambos vencer,
siempre
empuñando el arma de la fe sin tregua, ufanas.
Elegante y misteriosa dama, ¡no
pudo ser!
Fueron vencidos, cruelmente mortificados,
y sin derecho a nada.
Callé no obstante, mientras pude,
la lengua errática, malsana
y mal criada,
siempre obsoleta en sus gustos, irónica en sus maneras,
putrefacta, idólatra e impura en las sombras y cargada además,
con esa extraña
mezcla de soledad o soberbia mezquina humana.
Reconozco que he bebido de la inestable esencia de la fe,
cuando apenas era un niño... hoy un hombre
herido y avergonzado por haber querido, y estar perdido y sin
fe,
cargando además a mis espaldas la daga afilada,
un cruel puñal sanguinolento
que nunca llegó a ser mío.
Muero aquí, pese a no estar herido de gravedad ni he sido
seducido
y hago aquí especial hincapié en que, no por ser humano
soy diestro ni
vendaval ni tampoco soy pasto de ganado mal avenido...
No soy fe, gloria ni religión ninguna, aunque muchos así lo habrían
pretendido.