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    jueves, 7 de agosto de 2014

    No pudo inculcarnos cordura


    Imagen obtenida de Internet



    La humanidad, atrevidamente suicida, sin delicadeza en sus acciones. Un flor petrificada vive en sus corazones de perfumada locura, siempre constante, terrible, a la vez que late, alerta y vivaz, en sonetos de desdicha y aventura.

    Tierra que fuiste sembrada y de vestigios germinada, 
    siendo inseminada con explosiones de bombas infectadas de muerte. Hoy tu estirpe inmortal, vibra y llora ante las inhóspitas efemérides que gritan tu mayoría de edad, casi siempre obviada, pisoteada y vilipendiada como madre.

    Terremotos, maremotos y volcanes en erupción 
    escupiendo llamaradas que te golpeaban una y otra vez 
    tus agrietadas y maltrechas espaldas no fueron suficiente para acabar contigo.

    Pero, llegó el ser humano y, ese sí fue capaz de destruirte
    con su ambición desmesurada, poderes fácticos, sangrientos alfileres, se clavaron envenenados, no ya en tus espaldas sino en tu grandioso y amoroso corazón.

    La Tierra perdió. Y con su derrota, la victoria de lo vano y absurdo del ser humano, fueron los vencedores, más no así lo fueron de los justos pues,  al ganar unos pocos, todos los demás fuimos los grandes perdedores.