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    martes, 30 de septiembre de 2014

    El alma eterna de los mortales



    Ayer cuando mis pasos
    me llevaban caminando
    hacia el rincón de las sombras,
    me encontré a un hombre que lloraba.

    Sus hombros se agitaban
    al compás y ritmo que sus lágrimas
    rodaban a raudales
    por sus mejillas sonrosadas.

    Me acerqué,
    llevado por la compasión
    y con una sonrisa le pregunté;
    ¿puedo ayudarle en algo, señor?

    No contestó ni movió,
    su cabeza hundida entre los hombros
    y sus lágrimas como caudal
    formaban ya en el suelo un manantial.

    No quise insistir
    temiendo molestarle,
    quedé frente a él mirándole,
    mis ojos llorosos lamiendo la tarde.

    No puedo asegurar
    cuanto tiempo estuve así
    solo sé que al levantar
    el señor la cabeza...

    contemplé emocionado que
    quien lloraba
    no era otro que

    el alma eterna de los mortales.