Imagen obtenida de Internet
Bajo estridentes ululares,
camino cansado, viejo y derrotado.
Y asisto, descerebrado, a la muerte silenciosa
y temprana de los ecos juveniles de mi alma.
Sí, aquella que fuera mi fiel compañera,
la que peinó con dulzura las arrugas
de mi frente y llenó de sueños, en forma
de lluvia y algarabía, mis mañanas adolescentes.
Fijos van en mi interior, los albaceas del notario,
persiguiendo con encono aquello que me venció,
no sin antes, no señor, cobrarme por anticipado
en vil moneda roja, chupándome la sangre.
Me cuesta hoy, discernir dónde dejé el orgullo
o cómo fue que lo perdí... siendo éste el dueño digno
de todo lo que me llevé en el pecho por presumir de necio,
cuando solo fui un simple albañil, cargado, eso sí,
de letras, de sangre de horchata y de poco talento.
Hoy me llevan a cuestas aquellos que me obviaron,
convirtiendo en desatino una leyenda...
la de aquel que amó un sueño en un verso
y fue la prosa no escrita... de un haz luminoso
en la pluma de un loco y variopinto viejo senil.