Imagen obtenida en Internet
Me pido a mí mismo no caer en el abismo de la insidia,
e
insisto para que mi conciencia no me consienta volver
a desvirtuar la razón. Soy
un lobo solitario y lo soy por convicción.
Soy la batalla abierta contra una desidia,
que perdí de
antemano por una cruel desilusión.
Tú sabías que me aislaba para protegerte,
para no juntar tus ansias
con mis nauseas ni juntarlas con las de nuestra
desolación.
Tampoco quise unirla con la indisoluble
y tétrica deformidad
de mí alma
y fundirla después con la de aquel ser, al que una vez,
y sin
pedirlo, fue elevado a Dios.
No, no puedo caer en la tentación
de dejarme ir por la amarga
y agria disputa de la mente,
la que una vez fuera olvido y que, como repelente
insecto,
vivió en mí ser cientos de años bebiendo de mi podrida sangre.
Estoy envuelto en velos negros de trapo,
preparado para saltar mi último obstáculo;
el muro inquebrantable de la obcecación,
sayo doloroso de aquellos que volvieron de la guerra
habiendo
sido vencidos para caer
sin oponer resistencia en brazos de la muerte.