Y
fuimos, del ayer, lo que nos perdimos,
sombras
de un “hoy” que nunca tuvimos.
El
adiós odiado, aquel que zozobró por ir subidos
a
un barco construido de papel, y luchando
por
no perecer ahogados o desaparecidos.
«Soy
la estela de la luz».
Dijiste
un día, al besar mi foto.
Yo
sentí la tibieza de tus labios,
y
bebí de tus lágrimas mientras las besaba.
Cruel
despertar el mío, al comprender;
somos
sueños del ayer,
aquel
que no conseguimos despiertos ni dormidos.
Mi
corazón comienza a latir deprisa,
parece
decirme;
«te
esperaré en la última esquina del mundo,
allí,
al final del camino recorrido».
Quizás
me veas llorar como un crío, cansado de mí sino,
hasta puede ser que te usurpe,
con valiente descaro,
fingiendo los cánticos de tu risa, ésa sí,
la
que yo amé con tanta ansia y prisa.
Verás
entonces cómo se evade de tus ojos la risa,
la
que tanto veneré, para después desvanecerse
silenciosa
en la nada infinita de tu sonrisa.
Y
yo seguiré aquí, llorando sin esperanza tu ausencia.
Entonces
que ya no estarás…
lo
asumiré con la pluma de mi alma
que
entonará “el mea culpa”
escribiendo
sus mejores versos,
sobre
mis sienes agrietadas y marchitas.