Imagen obtenida de Internet
Estaba
en la puerta, silenciosa y caprichosa.
Estaba
tan bella y era tan hermosa,
que
la amé en ese mismo instante.
Perdiéndome
en su abismo para no volver a encontrarme.
Celosa
y al mismo tiempo era la sublime ensoñación de un Ángel. Con ella aprendí,
mientras la contemplarla y admiraba día tras día, en las soleadas tardes.
Sintiendo
el nardo de su mirada
clavándose envenenada en mi pecho.
No
obstante, sin tocarme o desgarrarme.
Aprendí,
desolado, ecuánime y cansado,
que
para amarla debía antes entenderla.
Hasta
en lo más abrupto de sus sueños desangelados.
Fue
así como me hundí en las profundidades insondables,
dolorosas e infrahumanas,
del orgullo más injusto y miserable.