Siento en mí una pesada losa, triste,
como llorosa es mi
tristeza,
y hasta la siento gruñendo y ruidosa, a mi alma estrujar
y apretar
hasta dejarla exangüe.
No me preguntéis por qué ella a mí se me abraza,
respondedme
solo, ¿por qué yo no paro de llorar...?
No creáis que busco pena, tampoco fuerza o dureza.
Busco sobre todo en mí una solución
a mi manera de actuar, de
sentir o de castigarme,
viendo a mi alma agonizar.
Sé que discrepan de la solución, no me importa,
llorar es mi
manera de limpiar y depurar lo que me afianza,
lo que hace y consigue salvaguardar lo poco que me humaniza,
lo injusto de mi permanencia...
Ya se dobló mi espalda, no por la edad sino,
por mi maltrecha
alma.
Luché tanto por mantenerme a flote en este mundo
inhumano... en este
bastión, fortaleza de lo absurdo,
maldito y en constante involución absurda...
Un mundo envuelto en un subdesarrollo, banal, estúpido y
anodino.
No, no se os ocurra preguntarme por qué no paro de llorar...