La quise envolver en el dulce sopor de un sueño,
prisionero y férreo.
Marchando después
tras la esquiva ilusión voluntaria de una tierna caricia.
Me miró sonrojada y tímida
mientras lo hacía
y era ella ¡la viva expresión de la vida!
Viendo cómo se aferraba
con brutal desesperación
a un mundo gris que se marchitaba y se le iba.