Imagen obtenida de Internet
Pedí a la tarde que no oscureciera,
la rogué también porque no se perdiera,
para que el sol alumbrara sus pasos
hasta que mis brazos la envolvieran.
Sonreía al recibirme, feliz, radiante.
Con un apretado abrazo la recibí
y con caricias de rubíes y esmeraldas la hice mía.
Con avaricia y hambriento, la poseí.
En sus labios trémulos, murió mi beso.
En su cuerpo candente, renació mi alma.
Los dos fundidos salimos fortalecidos,
aunque ella al despertar... se fuese llorando.
Tras ella sin pensar, envié mis recuerdos,
plenos de vida y alegrías, vivencias de inviernos
se mezclaron caprichosos en sus cabellos
y los vistieron de luz, de sol y de primaveras.