Imagen obtenida de Internet
Jamás me recuperé, caí hacia un abismo ingrato
y me hundí sin
remedio en la pesadilla de un futuro incierto. ¿Fue una casualidad que
resurgiera como vomitado de entre una maraña de pensamientos postreros?
Tal vez sí, o quizás no, Pero, eso no es lo peor,
lo inhumano son
estas malditas cadenas,
gruesas y oxidadas que me sujetan de las extremidades.
Aunque son peores las que me atan el alma
y me devoran el
cuerpo con sus obscenidades.
Nunca me recuperé, lo que sí hice
fue aislarme tras un refugio
de vanidades.
Tal vez esperando una voz que, como a Lázaro,
dijera; «levántate
y anda» ¡iluso soñador!
¡Maldito perezoso! escondido en versos
y cubierto por
los goterones de tinta negra
en letras huecas como borrones.
¡Maldita la hediondez de tus pesadillas,
tu olor a rancio y a
fracasos!
A la eterna humillación de querer ser generoso y humano,
me quedé a
tientas, agazapado
y esperando una
evolución que,
no por mucho desearla, conseguí que se sucediera.
Allí estaba
ella, negra y oscura, abierta a mi dolor,
cerrada a mi felicidad y dándole de
hostias a mis quimeras.